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| Dos amigas se dan un abrazo bajo las luces de Navidad del Portal de l’Àngel, en Barcelona. |
Éramos millones de almas confinadas, ateridas por un un miedo de escarcha que nos rompía en dos. Ni las ascuas calentaban las paredes de las pequeñas casas que habitábamos, aunque nos parecieran grandes por lo solas y casi deshabitadas que estaban, apenas uno y la mascota.
Privados del contacto humano nos vaciaron de las muchas emociones que ofrece un abrazo. Ni la intención ni el deseo sustituye a un abrazo, porque al imaginarlo se vuelve más cruel que no recibirlo ni corresponder. Diez meses pisando esta húmeda soledad.
Sobreviviremos con cicatrices que marcarán nuestra piel con tatuajes indelebles en blanco y negro.
Sobreviviremos con cicatrices que marcarán nuestra piel con tatuajes indelebles en blanco y negro.
Diez meses racionando abrazos y caricias.
Diez meses sin el chaparrón de endorfinas que produce un abrazo lento, sin prisas.
Diez meses a rastras con un sistema inmunitario que no produce las células que asesinan a los virus invasores.
Diez meses con el razonamiento, la memoria y el equilibrio hormonal desgastado para hacer frente a enfermedades físicas y mentales al no estimular el afecto y el soporte de lazos familiares y sociales.
Diez meses sin demostrar nuestra calidez piel con piel que nos aboca a mayor mortalidad que la que produce el tabaco, el alcohol y la falta de ejercicio físico.
Diez meses aislados y amenazados que aumentará un 30% el riesgo de muerte prematura, sobre todo por enfermedades cardiovasculares.
Tétrico vacío sin esqueleto que no soporta tan pesada lápida de soledad.
Tétrico vacío sin esqueleto que no soporta tan pesada lápida de soledad.
Desconectados físicamente en un mundo interconectado de redes, conexiones wifi, máquinas inteligentes, comunicaciones por G5, inteligencia artificial, que permite ver a un amigo en tres segundos al otro lado del mundo, y sin embargo llevo diez meses sin ver a mi vecina de la puerta de al lado.
Muchos abrazos perdidos en oquedades que nunca se llenan.
Hasta cuando nos seguirá la luz tangencial de un virus de contornos difusos que acentúa su voracidad cuando nos ve más indefensos.
Luisa Vicente
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