LAS CHICAS DEL RADIO
Durante los años 20, centenares de mujeres murieron en EE.UU presas de dolorosos síntomas y enfermedades que las llevaron a muertes horribles. El gobierno decía que las chicas morían de sífilis, o de trasmisión de otras enfermedades sexuales, una manera ruin de acusarlas de "libertinas y demasiado alegres", el peor pecado que se le podía atribuir a una mujer en aquella época, y sobre todo en una sociedad tan puritana como la que caracteriza a la sociedad norteamericana, todo para no reconocer la responsabilidad de la Multinacional que las había contratado para hacer un trabajo que ponía en peligro sus vidas y evitar el pago de indemnizaciones.
En realidad lo que tenían en común estas mujeres, era su juventud, sus ganas de labrarse un futuro, casarse y tener hijos. En este trabajo vieron las oportunidad que les ofrecía dicha empresa de alcanzar sus sueños.
En aquel entonces, en las primeras décadas de 1900, no se hablaba de los efectos nocivos para los seres humanos causados por la exposición a la radioactividad, y muchas mujeres adolescentes a partir de los 14 años, fueron reclutadas para trabajar en la fábrica Dial Radio en Ottawa. Allí pintaban relojes que brillaban en la oscuridad.
“Las mujeres eran instruidas para que lamieran los pinceles justo antes de que pintaran los relojes”, explica Madeline Piller, y así evitar que se desperdiciara parte de la pintura.
En 1925, la gerencia sabía sobre las consecuencias y lo tóxico que era este elemento químico, pero no informó a sus empleadas, y no se tomaron las medidas de precaución contra la exposición.
Muchas mujeres desarrollaron tumores cancerosos, fragilidad de huesos y tuvieron que sufrir amputaciones.
La fábrica United States Radium Corporation |
“Ellas estaban muriendo. Los médicos estaban mintiendo y el pueblo estaba contra ellas por protestar”, explica Leonard Grossman Jr., cuyo padre, Leonard Grossman, fue contratado como abogado para representar a una de las siete mujeres de la llamada “Sociedad de los muertos vivientes”, que comenzó una batalla jurídica en 1934 contra los propietarios de Dial Radio.
“Fue una forma dramática de contaminar a las trabajadoras, porque ellas no supieron durante años que estaban siendo afectadas. Esto era algo insidioso que estaba pasando dentro de sus cuerpos y los empleadores les convencieron de que era bueno para ellas”, explica Grossman.
El caso de las “Chicas del radio”, que también incluye a los trabajadores de una planta similar en New Jersey, recorrió todo el sistema legal llegando hasta la Corte Suprema de EE.UU.
Las mujeres finalmente ganaron y recibieron una modesta compensación de la Corporación Radium de Estados Unidos, compañía matriz de Dial Radio.
Este caso legal afectó de varias formas la ley de derecho laboral en Estados Unidos. Llevó a instaurar compensaciones para trabajadores y la creación de procedimientos de seguridad reglamentarios en radiología.
Se debería haber cerrado el capítulo de injusticias contra estas mujeres en la pequeña ciudad de Ottawa, Illinois. Sin embargo, muchos en el pueblo culparon a las mujeres por la pérdida de puestos de trabajo durante la Gran Depresión. El tema se convirtió en un tabú, al igual que muchas de las “Chicas del radio” que estaban muriendo por la exposición radioactiva.
“La gente no quería hablar mucho de ello. Pensaron que convertiría a Ottawa en un ojo negro, que la gente tendría la impresión equivocada”, dice Bob Eschbach, alcalde de Ottawa. No les importó que centenares de mujeres, muchas casadas y con hijos pequeños, murieran de forma dramática y horrible.
Ahora la ciudad ha construido un monumento para recordar y evitar que se olvide la historia de las “Chicas del radio”.
En una ceremonia que se realizó el Día del trabajo de 2011, cientos se reunieron en Ottawa, incluyendo Rose Baima, Pauline Fuller y Junne Menne, tres de las empleadas sobrevivientes de la fábrica de Luminous Processes, para recordar la lucha por la vida que tuvieron que dar y honrar la memoria de las desaparecidas.
Esta es la historia
En 1917, las chicas radiactivas se pintaban las uñas con pintura luminosa para acicalarse a la nueva moda. Las Chicas de Radio impregnaban sus dientes con pigmento radiactivo para encender los besos de sus fascinados novios, y esposos. Inconscientes de su pecado, perdieron dientes, uñas e incluso la vida, antes de constatar y denunciar a la fábrica de relojes donde trabajaban por usar pinturas venenosas.
También consiguieron la instauración, por vez primera, del derecho de un trabajador a demandar por condiciones laborales abusivas.
En 1898, Marie Curie, la sempiterna mujer científica del vestido negro, aislaba el Radio en estado puro, estableciendo definitivamente su condición de elemento en la tabla periódica. La manipulación y experimentación de la primera ‘Chica Radiactiva’ de la historia le supuso dos premios Nobel y una anemia aplásica que acabó con su vida. Todavía hoy, sus anotaciones y cuadernos de trabajo no pueden manipularse sin protección debido a la radiactividad de su isótopo más estable; unos 1600 años.
Las propiedades fosforescentes del radio al mezclarlo con el sulfuro de zinc fueron inmediatamente aprovechadas por la omnipresente industria militar norteamericana de entonces para sus aparatos e instrumentos de navegación nocturna, como relojes y velocímetros de vehículos militares. Para ello depuraron la extracción del radio de un mineral llamado carnotita y así producir la mayor patente de pintura luminosa, radiactiva y venenosa de la historia: El Undark.
En Europa, especialmente en Suiza, había tantos pintores de Radio que era muy normal reconocerlos por la calle. Todos ellos brillaban en la oscuridad como si un halo mágico los persiguiera.
Trabajadoras pintando relojes con la pintura mortal del radio |
La United States Radium Corporation en Orange, Nueva Jersey; fue la empresa encargada de la fabricación y distribución del peligroso pigmento y de varias de sus técnicas para la imprimación de los componentes militares. La más avanzada de todas ellas era la aplicación del producto mediante la “tecnología manual aplicada de primera generación” esto es, a pincel y mano descubierta… y si era femenina y delicada mucho mejor. Mientras los directivos sospechaban y se protegían con máscaras y guantes plomados, las 70 mujeres contratadas en la fábrica para las tareas de manipulación y pintado, lo hacían con uniforme corporativo y como si de pintura al óleo se tratara. Nadie les informó de lo peligroso de la manipulación del Undark. Todo por la buena imagen de la empresa. Unos 4.000 empleados pasaron por la ponzoñosa fábrica.
Con delicados pinceles de ‘pelo de camello’ aplicaban el producto en las agujas y los marcadores de los diales de relojes y contadores; chupando una y otra vez los restos -por indicación laboral- para afilar la precisión de las pequeñas brochas.
Como un juego divertido de coquetería y veleidad, utilizaban también la pintura luminosa para maquillarse uñas, dientes y espolvorearse el pelo en los escasos escarceos laborales que hacían con la ingenuidad de su peligrosísima ignorancia. Cobraban un centavo y medio de dólar por cada dial pintado pero se llevaban a casa una curiosa y única manera de acicalarse con material radiactivo y luminiscente.
Poco a poco las mujeres fueron enfermando: Anemias, neoplasias, necrosis y lo que más tarde se bautizó como “Mandíbula de Radio”
En 1925 un dentista de Nueva York atribuyó las patologías encontradas en el 80% de las mujeres de la fábrica a la toxicidad del fósforo. Mientras varios informes, pagados por los propietarios del negocio, intoxicaron a la opinión pública achacando los síntomas a enfermedades de transmisión sexual como la sífilis; en un intento de manchar la reputación de las trabajadoras.
No fue hasta que una de ellas demandó a la empresa cuando se consiguió movilizar a la opinión pública en lo que se considera la primera demanda por daños ocasionados en condiciones laborales abusivas; sentando jurisprudencia y los precedentes legales para redactar los primeros reglamentos modernos de seguridad y salud en el trabajo.
A Grace Fryer le costó dos años y 9 dientes encontrar al abogado Raymond Berry; único letrado que aceptó preparar la demanda contra la United States Radium Corporation. Con el apoyo de cinco chicas más de la fábrica y la complicidad de unos medios muy sensibilizados por la historia, llevaron el litigio a los tribunales en 1928. Todo fueron problemas y obstáculos pagados con el dinero del Radio y médicos compinchados con la empresa. Afortunadamente las secuelas de las chicas -ninguna llegó a declarar de pie- hacían evidente lo incuestionable.
“Las diferentes muestras de polvo recogidas en el taller en varios lugares y de las sillas no utilizadas por las trabajadoras eran todas luminosas en un cuarto oscuro. Los cabellos, rostros, manos, brazos, cuellos, los vestidos, la ropa interior, incluso los corsés eran luminosos. Una de las chicas mostraba puntos luminosos en sus piernas y muslos. La espalda de otra era luminosa casi hasta la cintura.
La empresa fue condenada finalmente a pagar 100.000 dólares -de los 250.000 pedidos por el ministerio fiscal- y una pensión mensual y vitalicia de 600 a cada una de las ‘chicas radiactivas’; aunque muchas de ellas no llegaron a cobrar una sola mensualidad. Varios meses después la fábrica cerró abrumada por las dificultades en el modelo de negocio de un producto peligroso y las críticas públicas a una gestión delictiva y denigrante para con sus trabajadores. Nadie quería trabajar ya para la United States Radium Corporation.
La última trabajadora murió de cáncer en 1930. Pero no fue en vano, con ellas se despertó el movimiento sindical por la defensa de los derechos civiles del trabajador, ratificado en 1948. Y se modificaron, además, todos los procedimientos para la manipulación de los pigmentos y sustancias radiactivas pero, ¡Ojo! si tienes un reloj analógico de antes de 1968 es seguro que utiliza compuestos radiactivos como el Undark.
Todavía hoy se puede medir la radiación emitida por muchas de las tumbas de las “Chicas del Radio”.
Madamme Currie, física y química que descubrió el radio
Este video puede herir la sensibilidad de algunas personas
Esta triste historia evidencia que la opinión pública actúa de forma imperceptible, como control social en beneficio de las políticas globales que establecen los gobiernos, los lobies, las supranacionales, y las Corporaciones en connivencia para preservar sus políticas de sufrimiento y muerte, si esto les beneficia para obtener poder y dinero.
El relato de los diferentes partidos políticos, contribuyen en gran manera a formar tanto el pensamiento de la ciudadanía como el comportamiento de la sociedad, que junto a sus votos y la nula independencia de los medios, culmina por hacer prevalecer sus intereses, la mayoría de las veces con medios y resultados nada éticos, poco sociales y costando la vida a miles de personas inocentes, incluido niños.
Luisa Vicente
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